En la rareza de los objetos que se agolparon en los cuartos de maravillas había algo que los hacía deseables. Ejercían, en quienes los observaban, una suerte de fascinación. Lo fascinante es –como cualidad– superior a lo asombroso, porque reúne lo inesperado con lo misterioso: no se agota (como una novedad), ni se resuelve (como un problema). Permanece siempre atrayente, por tanto, inagotable.

Estas cualidades casi metafísicas de los objetos (hay en esta expresión algo inquietante) no acobardaron ni a los coleccionistas ni a lo teóricos, que impusieron en ellos el método y la catalogación. (Tanto placer hay en poseer como en organizar). Se encuentran con facilidad tratados que explican cómo pertrechar convenientemente un gabinete de curiosidades: cómo resumir el mundo en una habitación. Las categorías que emplearon (lo natural, lo artificial, los ingenios, las alegorías) pueden parecernos ingenuas, pero en ese esfuerzo de síntesis hay algo admirable. Los gabinetes propiciaron la acumulación y el exceso siempre que tuviese orden, porque el mundo puede ser exuberante, pero no arbitrario. Así, siguiendo las repisas, el visitante podía fascinarse sin vértigo, porque sabía que tras todo lo raro y hermoso operaba una inteligencia. Con esta seguridad, la imaginación podía emplearse en cavilaciones gratuitas, en el delicioso juego de las comparaciones y las analogías, en suponer el origen de algún artilugio extravagante o en el simple extrañamiento.

El encuentro de objetos que no estaban destinados a estar juntos propicia lecturas singulares, porque aún conservamos el vicio de creer que hay un propósito en lo que sucede. Entenderán lo provechoso que es esto para alguien que hace exposiciones. No hemos querido reproducir una wunderkammer, porque la literalidad la carga el diablo. Nos ha interesado reunir obras que hemos encontrado, de algún modo, fascinantes: que no pueden ser del todo desentrañadas, que permanecen distantes por más cercanas que parezcan estar. Los trabajos de los artistas que integran la exposición son deliberadamente heterogéneos y evocan, de un modo más o menos explícito, una multitud de objetos. La línea que da título a la exposición está sacada de El idioma analítico de John Wilkins, quien quiso crear palabras en cuya ortografía estuviese su definición (un proyecto insensato, pero hermoso). Hemos optado por la abundancia, porque es una forma de la felicidad, como la escasez lo es de la desdicha y la penuria.
 

Joaquin Jesus Sánchez